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Primer paseo por mar del Cristo Negro de San Román. 1965

  • Foto del escritor: Aarón  Enrique Pérez Durán
    Aarón Enrique Pérez Durán
  • hace 58 minutos
  • 3 Min. de lectura

Aarón Enrique Pérez Durán


“Eran las once y media de la noche, el público se trasladó a los alrededores del templo de San Román, donde se realizaban los preparativos para sacar al Cristo Negro, que, de acuerdo con la tradición, nunca antes había cruzado el umbral de la iglesia desde que se le colocó en su adoratorio”.

“La multitud crecía por momentos y comenzó a desparramarse por las calles adyacentes y por el malecón de sotavento, donde estaba erigido el improvisado altar. Los vehículos de todas clases: camiones, camionetas, bicicletas y motocicletas, formaban una interminable fila que se prolongaba hasta la avenida Resurgimiento, a lo largo del trayecto que recorrería el Cristo”.

“Cuando todo parecía indicar que se iniciaría la procesión, pasada la medianoche, los vehículos que ya no cabían en las calles comenzaron a transitar hacia el muelle de Lerma, repletos de gente deseosa de presenciar el momento en que el Cristo Marino fuera depositado en el barco pesquero que lo conduciría de vuelta a la playa, después de un recorrido por la bahía. El fuerte de San Miguel, en lo alto de la colina, comenzó a llenarse de espectadores. Desde lo alto, la iluminada y el templo de San Román, decorado con focos de luces multicolor, destacaban en el fondo negro. La luna comenzaba a brillar después de una noche que amenazaba tormenta. En la bahía, los barcos iluminados, más de cientos, transitaban de un lado a otro para ocupar el lugar que les correspondería en el cortejo, que, al fin, se inició”.

“Rodeado por miles de fieles que lo vitoreaban y entonaban himnos a Cristo Rey, a paso lento marchaba el camión que transportaba al Señor de San Román, seguido de una interminable fila de automóviles y demás vehículos que lucían, desde lo alto, como una enorme serpiente de luz. Dos horas aproximadamente tardó el cortejo en recorrer el trayecto de cuatro kilómetros. El muelle estaba abarrotado. Los marinos de San Román colocaron la sagrada imagen a bordo del barco insignia y el público que pudo hacerlo abordó las otras naves, que al navegar ofrecieron un espectáculo inolvidable. En medio de la oscuridad del mar, una extensa llamarada de luz se desplazaba lentamente. El reloj marcaba las tres horas del día 14”.

“Entre tanto, el pueblo continuaba afluyendo al malecón, donde se celebraría la santa misa del alba, presidida por el Cristo Negro. Miles de gentes de todas las clases sociales trataban de situarse en donde pudieran presenciar la magna función. A lo lejos, en la bahía, se acercaba, cada vez más, el torrente de luz de las naos campechanas con su preciosa carga. Al fin, depositado en dos humildes cayucos pescadores, tan pobres como la barca de San Pedro, arribó el Señor de San Román a su amado barrio. Eran las cuatro y treinta”.

“El entusiasmo fue indescriptible. Hombres y mujeres lloraban de emoción y cantaban entre lágrimas, mientras que a duras penas se conducía al Cristo hasta el altar, donde el Exmo. Sr. Administrador Apostólico, Mons. Jesús García Ayala lo esperaba, listo para oficiar la misa del alba. El fervor católico se desbordó. Fueron incontables los fieles que recibieron la sagrada forma. Campeche estaba allí, a los pies de su amado Cristo Negro, confundido el pobre con el rico, unidos en espíritu y bañados todos por la luz del alba, que parecía emanar del corazón jubiloso de la imagen sagrada”. (Hurtado, 1965. p. 11).



Referencias:

Hurtado Oliver, Xavier. (15 de septiembre de 1965). “Campeche conmemora con imponente ceremonia el IV Centenario de la llegada del Cristo de San Román. Peregrina la imagen por calles y mar, hasta el altar de la Misa De Alba”. Diario de Yucatán. p. 11.



 
 
 

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