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Foto del escritorArón Enrique Pérez Durán

José Rafael Vega Alí: Un discurso de Ceremonia.

Actualizado: 6 may 2020

Ganador del Premio de San Francisco de Campeche, 4 de octubre de 2019

Sala de Cabildo del H. Ayuntamiento de Campeche.


Nací en Palizada porque mi madre era paliceña y viajó para allá cuando se acercaba el parto buscando que la cuidara su familia, pero apenas tenía el mes de vida cuando mi papá, san francisqueño del rumbo de la esquina del perro, fue por nosotros y realicé mi primer viaje en canoa desde Palizada hasta Campeche. Aquí dieron aviso de mi nacimiento al registro civil y asentaron que nací en la calle 16 de la capital campechana.

Mi abuelo José Asunción Vega, don Chón, tuvo su peluquería llamada “El Paso Texas” frente a la plazuela de San Francisco. Mi abuelo Rafael “El negro Alí”, tenía su puesto de café y chocolates en el mercado de Palizada, en ambos corría sangre maya, negra y mestiza. Mi padre era un obrero en la construcción de la carretera Campeche-Mérida y mi madre ama de casa.

Después de vivir casi toda mi niñez en Ciudad del Carmen, con vacaciones de dos meses cada año en Palizada con los abuelos, llegué a la Ciudad de México para cursar la preparatoria alojándome en la casa del estudiante campechano. El ambiente de esa casa con jóvenes del Camino Real, Los Chenes, Campeche, Champotón, Escárcega, Carmen y Palizada, me hizo conocer, valorar y respetar a gente de todos los rincones de nuestro estado y sentirme campechano de cualquier pueblo de Campeche; aprendí a ser solidario en los sueños, la alegría y la tristeza de nuestra gente, de todas las clases sociales a las que pertenecían los que ahí convivíamos diariamente como una familia.

Deambulé como estudiante por la escuela vocacional “Luis Enrique Erro” del IPN, el CCH Sur de la UNAM y la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García”. Fui trabajador en librerías y editoriales, y el tío Juan, de origen paliceño, me acomodó como redactor en el Universal Gráfico. Conocí y conviví con los hermanos María y Eduardo Lavalle Urbina, Pedro Guerrero Martínez, Rafael Baledón, Pepe Narvaez, Adda María Field Jurado de Moller, Carlos Justo Sierra Brabatta, Carlos Sansores Pérez, Carlos Pérez Cámara y Silvia Molina, hija de Héctor Pérez Martínez. Personajes que me impresionaron por la sencillez con que siempre se condujeron con nosotros.

Mención especial dedico a mi relación con Juan de la Cabada, pues algunas de las veces que me quedé desempleado me hacía el aparecido por su casa allá en la Narvarte como a eso de las cuatro de la tarde, su mujer Esthercita me recibía amablemente y lo primero que me preguntaba era: ¿ya comiste Rafita? A lo que siempre respondía que no, su respuesta ya me la sabía, siéntate a la mesa, ahora baja Juan y ya comen los dos. Juan era muy amigo de Javier Romero, periodista campechano director del periódico “El Día”, que nos regañó en una ocasión porque no hicimos nada los jóvenes campechanos ante el capricho del gobernador que solicitó en 1980 al INBA quitar el nombre de Juan al premio de cuento infantil que copatrocinaba el gobierno de Campeche, sólo porque Juan era miembro del Partido Comunista Mexicano. Ese año la ceremonia tuvo lugar en el Palacio de Bellas Artes, después siguió realizándose en Campeche y no perdió el nombre de Juan, pero ese gobernador, durante su mandato nunca asistió a ninguna de las ceremonias de premiación.

A los 25 años de edad regresé a Palizada para Trabajar en el ayuntamiento 1983-1985. Lo acordado con el alcalde, Antonio Domingo Lara del Rivero, fue la creación de un departamento cultural que estaría a mi cargo, pero en la víspera de la toma de posesión, me dijo: “tú vas a ser mi secretario particular y en tus ratos libres dedícate a eso de la cultura”. Acepté la condición y al año siguiente Ricardo Encalada Argáez publicó una evaluación de la actividad cultural en los municipios e informaba que parecía increíble que el municipio más aislado había fundado una casa de la cultura y realizaba muchas actividades culturales modestas, pero dignas y con enfoque social e incluyente, entonces el alcalde me dio luz verde para dedicarle más a la cultura y tuve la oportunidad de conocer personajes como Martha Medina del Río, Brígido Redondo, José Enrique Ortiz Lanz, Carlos Vidal Angles, Rosa María Lara, Manuel Lanz Cárdenas y Manuel Enrique Pino Castilla, que me apoyaron en los proyectos. Mi responsabilidad cultural en Palizada tuvo su climax cuando en 1985 los símbolos patrios recorrieron el país, en Campeche visitarían siete cabeceras municipales, menos Palizada porque el camino de Santa Adelaida a Palizada estaba destruido. Pero a la reunión final para definir el itinerario el alcalde fue convocado para tratar de convencer a los representantes del ejército de llevar los símbolos a Palizada. “Negro te voy a llevar a esa reunión porque esa chamba es tuya”, me dijo el alcalde; después de más de dos horas de reunión, salimos con el itinerario de los símbolos que incluía a Palizada. Ese momento de la entrada de los símbolos patrios a Palizada en marcha solemne con la banda de guerra del ejército al frente, el repique de campanas del templo de San Joaquín y los paliceños desbordados de emoción, me hizo creer que podía hacer más por mi estado.

Acepté la invitación para venir a trabajar al INEA con Javier Cú Espejo y Carlos Vidal; inició el gobierno de Abelardo Carrillo Zavala; nació el Instituto de Cultura y en enero de 1986 en una acto público con funcionarios federales, cada municipio debía presentar su propuesta para elaborar el plan cultural estatal, el nuevo alcalde de Palizada me pidió hablar por ese municipio y expuse el diagnostico cultural del mismo, concluyendo con estas palabras: “Los paliceños no negamos la influencia tabasqueña que siempre hemos recibido, una influencia que no nos ha perjudicado, por el contrario nos ha enriquecido el espíritu y el carácter de lucha que tenemos, no negamos que la influencia de Tabasco la llevamos en el modo de hablar y en la sangre, pero también es cierto que nunca hemos negado ser campechanos. Y queremos seguir siendo campechanos, por eso pido hoy que la distancia y los malos caminos no sean pretexto para no hacer llegar los beneficios de la cultura a Palizada”. A los pocos días el gobernador puso la primera piedra del Centro Cultural Paliceño y en la ceremonia repitió mis palabras.

En 1987 abrió sus puertas la Escuela Superior de Humanidades de la UAC y me inscribí para cursar la Licenciatura en Historia. Al despuntar 1988, en plenas campañas políticas por la presidencia de la República, me citaron una tarde en la oficina del coordinador del COPLADECAM, José Antonio González Curi, al llegar encontré en la antesala a Jorge Salomón Azar García, delegado estatal de la SARH y Laura Carrera Lugo, delegada de la COMAR; minutos después salió del privado Enrique Escalante Escalante, pasó Azar García, después Laura Carrera y por último yo. Adentro estaban unas personas de la avanzada de la campaña de Carlos Salinas de Gortari a los que González Curi les dijo: “Él es Rafael Vega, un joven intelectual campechano que puede hablar sobre el quehacer cultural de Campeche”. Los visitantes me hablaron de un evento que se realizaría en Fracciorama 2000 llamado “Que hable Campeche” y en él Salinas diría: “a ver yo le pido a Rafael Vega que me hable del quehacer cultural en Campeche”, y yo tendría que abordar el tema, respondí que sí asistiría a la cita, pero en mi interior decidí que no, pues me parecía lo más absurdo y falso del quehacer político, llegada la fecha me escondí detrás de la piedra más alta del cerro de la eminencia, mientras Mario Mena mandaba patrullas por todos lados a buscarme.

Al pasar los días sentí un trato y ambiente cortante por parte de algunos actores políticos por lo que publiqué el artículo “Campeche una cultura amurallada” que me valió el premio estatal de periodismo. Ese mismo año el gobernador me dio la oportunidad de dirigir el Archivo General del Estado y mi espíritu se serenó. Pues entendieron que lo mío no era la política.

Al llegar al Archivo General lo primero que hice fue vincular a mis compañeros y maestros de la Licenciatura en Historia con esta institución, hacerles entender y sentir que en esos montones de papeles estaba la memoria histórica de Campeche, los secretos, aciertos y errores de los personajes públicos y la materia prima de nuestra profesión. Que esos acervos teníamos que limpiarlos, depurarlos, ordenarlos, inventariarlos para que no se los robaran, conservarlos y utilizarlos para reconstruir nuestra historia con datos comprobables no con mitos ni leyendas.

Descubrimos muchas vertientes y temas de investigación y alentamos a los jóvenes historiadores a recorrerlos con la guía de sus maestros. Solicitamos al Ayuntamiento de Campeche, se hiciera cargo de sus papeles y creara el Archivo Municipal, lo mismo con otros municipios, el Poder Legislativo del Estado y la Universidad Autónoma de Campeche. Sobrellevamos con dignidad y con la ayuda de la Marina y el Archivo Nacional los daños que sufrieron nuestros documentos por los huracanes “Opal” y “Roxana”, fuimos distinguidos con la “Mención Nacional al Mérito Archivístico” y organizamos el X Congreso Nacional de Archivos.

El Archivo General fue acompañante estratégico del equipo jurídico de la defensa de nuestro territorio en 1997, por sus servicios, lo compensaron con una sede más digna en el centro de la ciudad, convertida hoy en espacio de referencia cultural y conmemoración de los acontecimientos históricos más relevantes del Estado de Campeche.

Conforme la administración pública fue incorporando a sus tareas el uso de tecnologías de la información, procuramos la digitalización de los acervos más simbólicos como las colecciones de papel del Periódico Oficial del Estado y de los informes de gobernadores desde la creación de Campeche como entidad federativa. Generamos confianza y certidumbre entre familias y personajes de Campeche que donaron valiosas colecciones documentales familiares para enriquecer al Archivo General bajo el rubro de archivos incorporados. Tratamos de que los usuarios del Archivo sintieran suyo ese espacio.

Mi paso por el Archivo General del Estado de Campeche se convirtió en un proyecto de vida; cuando tuve un receso para tomar aire, me di cuenta que habían transcurrido las gestiones de 5 gobernadores: Abelardo Carrillo Zavala, Jorge Salomón Azar García, Antonio González Curi, Jorge Carlos Hurtado Valdez y Fernando Ortega Bernés.

Que habían trascurrido casi treinta años desde mi llegada a esa institución, con sus días y sus noches, y que solo el cansancio de mi cuerpo era el que protestaba y me decía que era hora de irme a casa, pero en mi interior yo deseaba que amaneciera pronto para seguir descubriendo nuevas historias en cada papel revisado.

Historias como la del Dr. Miguel Medina Maldonado, que está ahí en los papeles de los espías del gobierno que lo vigilaban durante las décadas de los años cincuenta y sesenta sólo por ser promotor de un nuevo partido político en Campeche y que tuvo la dicha y el valor de vivir un siglo de vida para contarnos su versión. Allí están esos papeles que como otros esperan las preguntas acuciosas de los investigadores para reconstruir la vida de Campeche en los últimos 150 años.

Al jubilarme del servicio público de Campeche, pensé fundar una estancia para adultos mayores en Hampolol con la finalidad de acompañarnos mutuamente en ese pueblo histórico del municipio de Campeche, pero mi presupuesto no me lo permitió y terminé en el barrio de Santiago en Mérida.

Durante mis años de trabajo en el Archivo Estatal nunca lo hice en busca de reconocimientos, me sentía bendecido por tener un trabajo que disfrutaba. Siempre he sido reacio a los reconocimientos porque casi siempre generan controversias. Me da gusto compartir este reconocimiento que recibo hoy con mi amigo Enrique Castilla Magaña.

El arquitecto yucateco Ricardo Combaluzier Medina, dijo que cuando haces lo que te apasiona los reconocimientos no se buscan, pero se agradecen infinitamente. Agradezco a los que me propusieron y a los miembros del Honorable Cabildo de Campeche, a su presidente, Eliseo Fernández Montufar, el Premio “San Francisco de Campeche” que recibo humildemente en nombre de todos los que me acompañaron en la travesía que hicimos a bordo del navío llamado Archivo General del Estado y de su fundador Héctor Pérez Martínez, el mismo que escribió hace 80 años esta reflexión que quiero repetir en voz alta para concluir mi intervención.

“Campeche permanece impasible y eterno. Y hay que borrar ese gesto de eternidad; la vida es cambiante y debemos seguir sus vaivenes, ligarla a la suerte común, gozar por las dichas que nosotros no tenemos, las de nuestros hermanos. Así nuestro drama de soledad será menor, menos hondo, más compartido. Hagamos de Campeche un rincón, un hogar, pero abiertos. Vamos a cruzar las murallas y a dilatar nuestro mundo. Olvidemos las leyendas y seamos un poco menos poetas de nosotros mismos. La vida es corta y dura. Y pienso que mi pueblo, por largamente dolorido, vibrará mejor en la sonrisa: mañana, pasado…”

José Rafael Vega Alí.

4 de octubre de 2019


Arón Enrique Pérez Durán

Historiador

Cronista del Municipio de Campeche.



Rafael Vega Alí

Foto: Arón Enrique Pérez Durán










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