Arón Enrique Pérez Durán
Historiador e investigador
La población se ubica a 80 kilómetros de la ciudad capital de Campeche tomando la carretera Campeche-Chiná-Hool y siguiendo la vía que lleva a la comunidad de Alfredo V. Bonfil hasta llegar al entronque de la vieja ex hacienda de Lubná, ahí se encuentra la desviación para esta localidad.
Al llegar a la comunidad lo primero que es de admirase es la arquitectura de la vieja y abandonada iglesia. Encallada junto a la Escuela Primaria y haciendo eco por contrarrestar su pasado de gloria con la moderna cancha techada de usos múltiples se encuentra su imponente fachada con su notoria espadaña de tipo franciscana ya sin las campanas que llamaron a misa en otros tiempos y con el ventanal de lo que fuera el coro. Sin puertas y con algunos dinteles en el acceso principal se pierde en el olvido y su historia. Dentro de la nave principal el piso desaparece entre la maleza. A sus lados, en sus muros aún se pueden observar los agujeros que soportaron el techo que dio sombra a los indios que acudían a los oficios religiosos.
Al fondo de la iglesia, en lo alto del techado a dos aguas, se encuentra un pequeño nicho y debajo una inscripción que expresa: “Ave María 1758”, fecha probable de la conclusión de la iglesia y dedicada a la madre de Jesucristo.
Como toda construcción de su tipo, un gran arco limita la primera parte del altar que estuvo techado con bóveda de cañón corrido y remata con dos nichos que aún conservan sus decoraciones en colores azul y rojo.
Con respecto al presbiterio, cuyo techo de bóveda de cañón corrido se encuentra totalmente colapsado, se pueden observar en el altar mayor sus ribetes y columnas afanadas con piedra de cantera, así como detalles ornamentales y en cada esquina una especie de torreones y sobre la pared principal se pueden percibir aún figuras y detalles que adornaron el altar en colores azul y rojo.
Según Ricardo Encalada (1987:72) lo que fue la sacristía guardaba en su interior tres tesoros invaluables: la pila bautismal con inscripciones del siglo XVIII, la imagen de la Virgen de la Concepción finamente tallada en madera y revestida en pasta y una antiquísima cruz con dibujos e inscripciones de la pasión de Cristo y que formara parte del acervo religioso de la otrora iglesia de Bolonchén Cahuich.
Al igual que en la mayoría de los pueblos de Campeche, en Bolonchén Cahuich se narran historias de ancianos que se han convertido en leyendas y que al transitar de generación en generación han pasado a formar parte de la visión histórica colectiva del pueblo.
Son muchas las historias que se dicen, entre ellas los ancianos recuerdan la de la temible viruela que azotó la población en 1833: “cuentan los antiguos que aquí se quemaban de cien a ciento veinte personas por mes”…”Dicen que los llevaban detrás del cementerio y ahí le prendían fuego vivos”… El caso es que la viruela acabó con el pueblo y mucha gente que no enfermó, luego de eso prefirió abandonarlo. Algunos que se enfermaron pudieron salvarse, como don Antonio Villalobos que fue atacado por la viruela pero se le curó a tiempo. Dicen que sobre cogollos frescos de plátano lo acostaban y así fue como se curó. Pero ese pobre señor tuvo tan mala suerte que no murió de la viruela, si la sufrió y hasta miedo tuvo que lo quemen, pero al final de cuentas él se perdió en la sabana y nunca lo encontraron. Al parecer se lo comieron los animales o alguien lo tiró y para no meterse en problemas lo enterraron quien sabe en dónde (Encalada, 1987: 74-75).
Otra de las historias que se cuentan y que se mantiene arraigada entre los ancianos y jóvenes del pueblo es la del “Cul-Cal-Kin” (letras más o letras menos). Cuenta la gente que esta historia tuvo que ver con que el pueblo casi se acabara: en los buenos tiempos de Bolonchén Cahuich, el sacerdote Juan de la Jordia de origen español, vivía en el pueblo en una de las mejores casas atendiendo a los feligreses que en buen número se daban cita en la hoy derruida iglesia. Pero entre las tantas calamidades de esta población, llegó el tiempo de la langosta y arrasó por completo con las milpas y sembradíos de los pobladores. Sin embargo, la langosta no atacó la milpa que fomentaba el sacerdote, conocedor tal vez de los sistemas para evitar la plaga. El pueblo irritado por esta situación, no cupo en su enojo y acudió hasta la casa del sacerdote para pedirle cuentas. El caso es que sumamente molestos por las pérdidas que habían sufrido, la agarraron contra el representante eclesiástico y sin medir consecuencias luego de destruir la milpa, se lo llevaron y así enojados, sabiendo de la castidad de estos hombres, intentaron que el sacerdote se metiera con las mujeres. Dos de ellas, completamente desnudas se le ofrecieron o de lo contrario sería sometido al cruel castigo de los cintarazos. Pero aquél prefirió la cintariza antes que perder sus votos de castidad, y fue tal el castigo, que optó por abandonar el pueblo sin que jamás se volviera a saber de él. Pero antes de irse maldijo al pueblo señalando que nunca iba a crecer. Al poco tiempo bajo la mata de ceiba que se encuentra cerca de la iglesia una sombra empezó a inquietar a los vecinos de Bolonchén. Los rumores corrían; ¡Es un cura sin cabeza! ¡Es el Cul-Cal-Kin! No faltó quien lo viera y contara que era el cura que habían golpeado pero sin cabeza. Anda con su biblia y sale de la iglesia (Encalada, 1987: 75-76).
Algunos pobladores hoy en día aseguran que el sacerdote aún se aparece en la vieja iglesia de Bolonchén Cahuich, pueblo con una identidad cultural definida a través de sus múltiples aspectos en los que se plasma su cultura.
Fuentes consultadas
Álvarez Suárez, Francisco. (1977) Anales Históricos de Campeche. Tomo I. Gobierno del Estado de Campeche.
Encalada Argáez, Ricardo. (1987) Las poblaciones del municipio de Campeche. H. ayuntamiento de Campeche.
Pérez Galaz, Juan de Dios. (1979) Diccionario Geográfico, Histórico y Biográfico de Campeche. Gobierno del Estado de Campeche.
Iglesia de Bolonchén Cauich. Municipio de Campeche
Foto: Midoris Bz.
Increíble artículo. Me sentí como en una clase normal. Imposible dejar de leer hasta acabarlo, dan ganas de visitar aquel lugar
Muy buen artículo